Por fin libre. [Dane E. Sherwood]

Sí, ya había los exámenes. Por fin podría salir de la biblioteca y poder ver el Sol... O, bueno, poder estar bajo luz natural. Después de la última clase de esa tarde y estar oyendo durante casi una hora la chapa que nos contaba a diario uno de los profesores, a mi parecer, más anciano de toda la Universidad, decidí salir del edificio y estar un poco en el Campus. Necesitaba estar un poco al aire libre, respirar cualquier cosa que no fuera el olor a humanidad que se acumulaba en la biblioteca. Con mi mochila al hombro, me dirigí hacia ese pequeño paraíso.

Al llegar afuera, una fresca brisa me dio en la cara. Sin poder reprimirlo, un estremecimiento me recorrió. Ahora recordaba que lo mejor habría sido llevar una chaqueta algo más gorda de la que llevaba. Pero bueno..., ya no había marcha atrás. Así que haciendo de tripas corazón, salí hacia el frío campus. Alcé la vista, mirando hacia el cielo. Había unas cuantas, por no decir bastantes, nubes cubriendo el cielo. Sospechaba que pronto se pondría a nevar. Deseando que fuera verdad eso de que podría nevar, me senté en el primer banco de piedra que encontré totalmente vacío. Antes incluso de sentarme, posé mi mochila en el suelo, apoyada en el banco. Después de esto, sí que me senté y subí las piernas al banco, de manera que me las abracé, apoyando mi cabeza en las rodillas. Aquello estaba desierto. Sólo había un par de personas, sin contarme a mí.

Se subió hasta arriba la cremallera de su chaqueta y con su típica sonrisa, atravesó la puerta del edificio y enseguida, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Era invierno y como mandaba ese tiempo, tenía que hacer frío y sentirte como si estuvieras en el polo norte rodeado de pingüinos y esquimales. Aunque para Dane eso en estos momentos no le importaba mucho, tenía sus guantes, su bufanda y chaqueta para resguardarse del frío. Lamento no tener unas orejeras o un gorro para su cabeza, pero se los había dejado en su habitación en un alarde de despiste. Ya no había marcha atrás, al menos hasta que acabase de dar todas las clases. Y ahora que tenía un momento libre, decidió ir a buscar su preciado gorro y así de paso soltar sus piernas y dar un paseo.

Apenas había gente fuera del edificio, comprensible por el frio que hacía. Todo el mundo estaría por los pasillos, cerca de la calefacción. Pero Dane no, él era un hombre fuerte y bien abrigado. Con pasos rápidos, fue atravesando todo el césped del campus buscando con la mirada a la gente. De vez en cuando veía a alguien corriendo de un lado a otro, pero poca gente sentado en los bancos o tumbado debajo de un árbol. Adoraba ver el cambio que sufrían las universidades de verano a invierno. Entonces, cuando creía que no iba ver a nadie, pudo observar a pocos metros de él a una chica sentada en uno de los bancos.

Con una sonrisa traviesa, se acerco con cuidado y con sigilo para que ella no pudiera darse cuenta. Cuando ya estuvo muy cerca de ella le tapó los ojos con sus manos recubiertas con sus guantes de lana marrón.

- ¿Quién soy?

Se mordió el labio inferior, a la vez que esperaba la respuesta de Arriane.

Ahora me arrepentía de haber salido. Con lo calentito que se estaba dentro de la Universidad... De todas formas, me venía bien ese aire tan fresco y frío. No había manera mejor de despejarme y mantenerme despierta. Rodeé con más fuerza aún mis piernas, apretándolas contra mí e intentando darme calor, cosa que era bastante difícil en esos instantes. Dejé salir un poco de aire de mi boca, haciendo que saliera humo blanco. Siempre me había gustado hacer eso y ver ese humo que se parecía al de cuando fumas. Volví alzar la vista al cielo. Si de verdad iba a nevar, quería que lo hiciera ya. Eso era lo que más me gustaba del invierno y del frío: la nieve. Así que ahora me encontraba esperando que nevara como quien espera por agua de mayo.

Di un respingo cuando sentí que alguien me tapaba los ojos con... ¿unos guantes? Sí, sólo podía ser eso, pues unas manos no podían ser tan calentitas. Unos segundos después escuché una voz preguntándome si sabía quién era. Hombre, como para no saberlo. ¿Cómo no iba a reconocer la voz de Dane? Pero, a pesar de saber de sobras que era él, decidí 'jugar' un poco con él y no decirle de buenas a primeras quien era de verdad. - Pues... Déjame que piense... - Tras unos instantes haciendo que pensaba, acabé negando con la cabeza. - Pues no, no lo sé; lo siento. Si te digo la verdad, ni siquiera tu voz me parece conocida. - Me reí por la bajo cuando pronuncié esta última frase.

Tardó unos segundos en responder, en los cuales Dane no paraba de caminar en el sitio. Estaba empezando a coger frío al no moverse. Mientras esperaba que lo adivinase, miro el cielo con gesto de alegría. Esas nubes parecían de tormenta o de nieve, prefería más lo segundo que lo primero y así poder estrenar sus botas de nieve y poder lanzar bolas de nieve a toda la gente que pasaba enfrente suya y poder bajar cuestas en trineo. Vamos, el sueño de todo adolescente revoltoso y de Dane. Hacía mucho tiempo que no veía nieve y tenía bastantes de poder ver una gran nevada. Volvió a bajar la mirada y esta vez con gesto de enfado e impaciencia al ver que no lo estaba ni intentando. ¿No veía que tenía frío? Bueno, no podía ver nada porque la estaba tapando los ojos.

- ¿¡No sabes quién soy!?

Quito las manos con rapidez del rostro de Arriane y se sentó a su lado con una mueca de tristeza. La miró con cara de cachorrito a la vez que soltaba unos gemidos de tristeza y hacia como si llorase.

- Creía que éramos amigos. Que tú sabías todo de mí y yo de ti. ¡Si hasta hemos compartido ropa interior! ¿Cómo no vas a reconocerme? Bueno, tacha lo último, eso no deberías de saberlo. –Dijo quitando de su cara el gesto de tristeza, sustituyéndolo nuevamente por su sonrisa alegre y traviesa.

Estiró sus brazos y como Arriane, empezó a tirar su aliento para ver cómo si saliese humo de su boca. En ese momento fumaria uno de sus cigarros, pero con los guantes puestos sería muy incómodo. Miró de reojo a Arriane y pudo ver que no iba abrigada, chasqueó la lengua mientras decía:

- ¿Y tú abrigo? ¿Tan preocupada estas de tu estilo que no lo llevas porque no pega con el color de tus uñas? Cogerás un buen resfriado.

Volví a negar con la cabeza, riéndome. - ¡Pues claro que no lo sé! ¿Cómo quieres que lo sepa si no te veo? Es que... Hay que ver... - Una carcajada salió por mi boca cuando vi la cara que puso cuando se sentó a mi lado. - ¿No me digas que ahora eres un cachorillo, Dane? ¿Te puedo adoptar? - Ahora mi carcajada fue mayor. - ¿Y se puede saber cuándo hemos compartido tú y yo ropa interior? Creo que tendré que renovar mi armario de la ropa interior. - Pronuncié la última frase con cierta falsa tristeza. - ¿Qué lo borre? ¿De dónde quieres que lo borre? - Lo miré con una sonrisa en mis labios. - Cada día estás peor de la cabeza, amigo mío. Te recomiendo ir al psicólogo, aunque creo que no podrá hacer nada por ti. A estas alturas es muy tarde para dar marcha atrás. - Negué con la cabeza, con una mueca de tristeza en mis labios. - Para ti no hay cura.

Fruncí el entrecejo, haciéndome la ofendida. - ¿Estás insinuando que soy una maldita y asquerosa pija? - Pronuncié con cierto énfasis la última palabra. - Sabes que me estás ofendiendo con esa insinuación, ¿verdad? - Al final me acabé riendo. - Verás, no me apetecía ir coger algo de abrigo a mi cuarto. Sabes que soy muy vaga y no quiero gastar energía sin ser necesario de verdad. - Sí, yo era así. Vaga a más no poder. Si diera un premio nobel a la pereza, yo ya me lo habría llevado varias veces. Aproveché para darle un fuerte abrazo. O, vaya, sería fuerte si mi fuerza fuera mayor. - ¿Y qué tal, pequeño?

- Esperaba que reconocieses mi voz; la cual es muy genuina y auténtica, inimitable, inigualable, genial, maravillosa, perfecta, etc y etc. Bueno, gracias a ella me gano la vida junto con mi fabulosa habilidad para tocar cualquier instrumento. ¿Y sabes qué? Que me va bien y algún día seré muy famoso, por eso empieza a reconocerla porque si no, no podré decir a los periodistas que te pregunten por mí porque apenas me conoces. –Empezó a hablar rápido, para dar a entender que estaba cabreado por no haberle reconocido y lo demostró así cruzándose de brazos y encogiendo su cuello con el ceño fruncido. Dejó de exhalar su aliento y se dedicó a intentar no morirse de frío, pensando en lo próximo que comería al llegar a su habitación. Seguramente algo muy caliente y muy sabroso. Se relamió los labios al imaginárselo.

Dirigió su mirada al campus, intentando ver si salía alguien más pero al escuchar las palabras de Arriane, no pudo evitar de nuevo girarse para mirarla a la cara. A su cara volvió el gesto divertido, haciendo ver que no guardaba rencor por lo dicho. Sabía que lo hacía adrede para picarle, por algo le caía tan bien, porque seguía sus bromas y no se enfadaba con mucha facilidad. Pocas chicas había conocido que hiciesen eso, no obstante, a él también adoraba picar a las animadoras o deportistas de élite para ver como reaccionaban. Por eso la mitad del tiempo se la pasaba peleando y la otra picando a la gente.

- ¿Sabes? Iba a darte mi abrigo, porque se te veía con frío. Pero como soy un puñetero loco, pues lo utilizare para que las chicas guapas puedan pasar por los charcos y quedar como un caballero. Sí, como en las pelis antiguas.-Se rió divertido, mientras acariciaba la cabeza de su amiga como si de una animal se tratase. –Sé que eres muy vaga pero hace un frío de tres pares de narices y me vas con eso. ¿Quieres quedarte enferma y después contagiarme, tan poco me quieres? Si caes enferma al final, no querré saber nada de ti. Porque si me contagias, me quedaré sin voz y moquearé y eso no es muy atractivo ni agradable.

Se levantó del banco y miró el reloj de su teléfono, era la hora de comer y su barriga empezaba a gritar auxilio.

- ¿Te vienes a comer? Al menos allí hay calefacción, pese a que no quieras comer, a si tengo a alguien que me limpie la boca con la servilleta cuando me manche.

Alcé ambas cejas. - A saber qué clase de instrumentos te dedicas tú a tocar. Y no, no me lo cuentes, no hace falta que me proporciones detalles. - Me puse seria antes de empezar a hablar. - Sí, claro. Eso en caso de que no reniegues de mí y vayas diciendo por ahí que no me conoces de nada y que sólo soy una simple acosadora tuya. - Hice como que me secaba las lágrimas. Vale, aunque mi vida dependiera de ello no me ganaría la vida como actriz. Lo sabía y lo tenía más que asumido. Aunque bueno, quizás me dieran algo aunque sólo fuera por pena...

Me hice la sorprendida y ofendida. - ¡Habrase visto! ¡Qué poco caballeroso eres conmigo! - Me crucé de brazos. - Sabes que no te harán caso hagas lo que hagas, ¿verdad? - Entrecerré los ojos. - ¡Oye!, no soy un perro, ¿lo sabías? Así que no me hagas más eso. - Negué varias veces con la cabeza, 'apenada'. - Tú sí que me quieres poco. Mira que querer dejarme de hablar por la remota posibilidad de que enferme y de que te pueda enfermar a ti... - No pude evitar reírme antes de decirle el siguiente comentario. - ¿Acaso eres atractivo ahora? Aunque bueno... - Lo miré, sonriendo. - Si me dejas de hablar, cuando te hagas famoso, contaré todas tus intimidades por ahí y, evidentemente, les contaré nuestras noches locas en las cuales nos travestíamos con la ropa del otro. - Ahí sí que me tuve que reír bien.

Me quedé con la boca abierta cuando, después de levantarse, me soltó lo que me soltó. - ¿Limpiarte la boca? ¿Yo? ¿A ti? ¿Y a santo de qué? Ni estás inválido ni nada te impide limpiarte la boca tú solito. - Me crucé de brazos y lo miré con la nariz arrugada. - Aunque, vale, ya que insistes, sí que voy. Con la condición de no volver a mencionar lo de que te limpie la boca.

- Oh, ya sabes qué tipo de instrumentos puedo llegar a tocar y todos a la perfección. Si no, pregúntaselo a la vieja Dorothy, la secretaria de Rockford. Oh si, ella te dirá como la toqué todos sus instrumentos. –Se pudo delante de Arriane y con una sonrisa maliciosa, combinado con un gesto serio y sombrío siguió hablando. – Todos y cada uno de ellos mientras todo el mundo nos miraba. Sí, desde su armónica hasta su guitarra. –Se rascó la cabeza mientras sacaba la lengua. –Me retó a que tocara varios instrumentos y lo hice a la perfección. –Dio media vuelta y empezó a caminar con velocidad hacia el campus, mientras soltaba algunas pequeñas risas.

Caminaba a grandes pasos, bueno, más bien zancadas. Tenía mucha hambre y un poco de frío, por lo que no quería tardar mucho en resguardarse de aquel frío invernal y tomar cualquier cosa de la cafetería. Se llevo, en un acto reflejo, las manos de los bolsillos para comprobar si tenía dinero. Por suerte para él, le quedaban unos cuantos dólares para poder pagar su comida aunque no lo suficiente para pasar el resto del mes. Tendría que buscar un trabajo pronto o las pasaría canutas al final del mes. Siguiendo con sus zancadas, llegó a la puerta del edificio mientras esperaba a Arriane y de vez en cuando la apremiaba con su mano.

- Vamos, tengo mucha hambre y frío. –Dijo cuando estaba ya a su lado. –Puede pasar su señoría. -Abrió la puerta e hizo una pequeña reverencia, más en gesto de burla que de cortesía. –Para que luego digas que no te trato bien, ni soy caballeroso. Aunque tenga esta dura y temible apariencia, dentro tengo un corazoncito que sufre, ama y le dan paros cardíacos. Bueno, eso último no me ha pasado todavía y espero que siga así.

Cuando entró, él dirigió la procesión hasta la cafetería y se puso a la cola de la comida, mientras agarraba una bandeja y se la pasaba a Arriane. Empezó a coger cosas, sin mirar mucho lo que cogía ya que al tener mucha hambre todo le daba igual pero mentalmente iba sumando los precios hasta que pasó de 5 dólares y ya se perdió al contar. Él no tenía la culpa, era de artes y no de ciencias. Pagó con todo lo que le quedaba en su bolsillo y se dirigió a una de las mesas, sin esperar a su amiga. Y sin decir nada empezó a comer, empezando por una sopa de carne.